domingo, 17 de octubre de 2010

Favila, una visión de la muerte

Al leer y vivir la poética de Eguren debemos saber que estamos ante la creación de un poeta que nos puede llevar por caminos sorprendentes de su fantástico mundo. Los recursos que emplea para conseguir su objetivo son, sobre todo, basados en imágenes, es decir hay que sumergirnos en el goce de su lira sabiendo que los escrito no es necesariamente lo que dice, hay que leerlo con predisposición evocadora, sensorial y con auténtico compromiso, hay que salir de este mundo para ingresar en el universo que Eguren nos entrega.
Favila es, como todos los de su creación, un poema sencillo de tonalidad, pero nutrido de imágenes que nos invitan a una sesuda y, sin embargo, natural interpretación.
El título del poema, Favila, nos refiere a una chispa, a algo que brilla espontáneamente y que se desprende de una sustancia incandescente, pero no es cualquier chispa o cualquier partícula, es una que, luego de prodigarnos su fulgor, se convierte en ceniza. Así es la vida humana, luego de un efímero brillo, de un fugaz esplendor, desaparece con la muerte, nos convertimos en cenizas.
La tonalidad el poema no nos permitiría decir que éste alude al momento final de nuestra vida, pero si leemos:
En la arena
se ha bañado la sombra
una, dos
libélulas fantasmas...

es clara la alusión a lo que he referido en el párrafo precedente. Compara ese brillo con el velozmente perecedero de las libélulas, pero precisa que la arena ha cubierto esas libélulas. Por qué no es la tierra la que cubre, por qué la arena. Sin duda aquí está la influencia de un aspecto importante de su vida: Barranco, la playa y el mar.
Las almas de quienes están en el trance de la muerte cual
Aves de humo
van a la penumbra
del bosque.

y transitan durante un tiempo que puede ser ese Medio siglo en el que comienza nuestra ancianidad, en el que el cabello muestra un intenso argentino color, momento que Eguren enlaza al tiempo de vida -y en el límite blanco- en el que esperamos la muerte, la oscuridad, esperamos la noche.
Ya en el cementerio somos bañados con flores, que más propiamente, siendo la muerte, parafraseando a Manrique, el mar, no son flores, sino algas que nos entregan el perfume final, entonces escuchamos la vos de Eguren:
El pórtico
con perfume de algas,
el último mar.
Eguren remata su poema, en alusión lapidaria, consonante con el final de nuestra existencia, diciéndonos:
En la sombra
ríen los triángulos.

La maestría de su lira, a simple lectura, no nos permitió leer así el poema, pero la dulzura con que aborda la muerte, nos hace percibir una visión peculiar de este inexorable momento. Así, no temo a la muerte.

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