martes, 28 de diciembre de 2010

Al próximo Presidente. De un Maestro

Estimado próximo Presidente del Perú, mi país:

Me congratula saber de sus posibilidades significativas para en las próximas elecciones convertirse en nuestro Primer Mandatario. Soy Maestro de profesión y de vocación y sé de lo importante y trascendente de mi misión, pues de mí depende la formación de las próximas 25 generaciones, sin contar las que ya he formado.
Hace un tiempo se promulgó la Ley de Carrera Pública Magisterial -por cierto, muy buena en términos de valoración del trabajo docente-. Me incorporé a esta Ley. Sin embargo, me siento preocupado, porque pese a que me informé detalladamente antes de incursionar en un viaje por una norma aún no muy clara, no puedo dejar de preocuparme por mis demás colegas.
Es una tendencia la incorporación. Es una obligación el nombramiento. La Ley de Carrera Pública Magisterial nos espera y nos recibirá con los brazos abiertos. Este generoso hecho y mi situación de docente incorporado no me impide proponer y sugerirle, próximo Excelentísimo Presidente de la República, que su primera labor como gobernante sea la propuesta de modificación de los artículos que norman la separación definitiva de los docentes que desaprueben por tercera vez la evaluación que se les aplicará. Proponga la reconversión laboral de estos docentes a cualquier área de la administración pública, pero con posibilidades de retorno a través de otra evaluación. Además sugiera que los exámenes próximos consideren la edad de los docentes a evaluar: un maestro de 30 ó 35 años (aunque la RAE precise que no se debe tildar la o, yo lo quiero hacer) rinde más y es más veloz en la resolución de pruebas que a uno de 50 ó 55, por lo general.
Estimado próximo Presidente, que la nobleza de espíritu que hoy manifiesta se demuestre en una acción sensata como la que le pido.
Sin otro particular, le expreso las muestras de mi más alta estima y consideración.
Atentamente,

Un Maestro.

domingo, 17 de octubre de 2010

Eguren: cuál es la niña de la lámpara azul

Que José María Eguren, haya sido pintor, vivido cerca del mar –en Barranco- y padecido apremios económicos ha influido indubitablemente en buena parte de su poesía.

La manera particular de percibir el mundo denota en Eguren su sentir por la naturaleza, suavidad de ánimo, inclinación hacia lo exótico e infantilidad expresiva. La forma como enlaza lo común con lo desconocido, incluso en la palabra, produce un efecto pictórico en la mente de quien se aproxima a su verso y una aparente facilidad de comprensión de la forma.

Sin embargo, sé de quienes luego de leer a Eguren han quedado con una sensación de paz anímica, de tranquilidad corpórea, de calma espiritual y una nostalgia de infancia, de candidez, de vecindad, de inocencia, aun cuando no lo hayan comprendido.

La niña de la lámpara azul es uno de los poemas del vate simbolista que provoca este efecto. Pero, cuál es la niña de la lámpara azul. Me atrevo a formular una interpretación de este poema, anticipando que, tal vez, la niña no es precisamente esa niña. Solo leámoslo con fruición.

En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.

En medio de la niebla del amanecer, como cortinajes de seda exóticos, propios del medio oriente, asoma un fulgurante, destelloso rayo, emitido por el sol, pero, proyectado por la niña… por la niña.

La imagen que proporciona la niña no es una común, es una imagen dotada del esplendor del mar y del momento de paz y placer sumo que solo puede brindar el mar, incluso sin estar frente a él. De esta manera, el sol comienza a insinuarse y a dotarnos de su luz, pues
Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su cabello la garúa
de la playa de la maravilla.

Esa calma, esa paz, nos abstrae del mundo real, para llevarnos al mundo que inspira únicamente el momento en que el sol comienza, progresivamente a posesionarse del mundo, de esta manera
Con voz infantil y melodiosa
en fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.

El sol nos prodiga la visión de una ruta celestial, el tránsito del astro rey; ya fue el amanecer; estamos en el esplendor; momentos proyectados por nuestra visión; es un camino situado en nuestra mente, sentido en nuestro cuerpo; un camino que nos ofrece seguridad y tranquilidad excelsas, así
Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.
El caminar del sol va llegando al ocaso, pero aun así nos sigue mostrando el camino, y entre las nieblas del vaporoso tul y hasta entrada la noche, ya no con el sol, más bien con la luna, nuestra vista continúa proyectando la luz que nos prodiga la satelital lumbrera:
De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.

Entonces, tal como le he interpretado la niña de la lámpara azul es, nuestra niña, aquella que da paso a la luz, la niña de todos: la niña de los ojos.

Favila, una visión de la muerte

Al leer y vivir la poética de Eguren debemos saber que estamos ante la creación de un poeta que nos puede llevar por caminos sorprendentes de su fantástico mundo. Los recursos que emplea para conseguir su objetivo son, sobre todo, basados en imágenes, es decir hay que sumergirnos en el goce de su lira sabiendo que los escrito no es necesariamente lo que dice, hay que leerlo con predisposición evocadora, sensorial y con auténtico compromiso, hay que salir de este mundo para ingresar en el universo que Eguren nos entrega.
Favila es, como todos los de su creación, un poema sencillo de tonalidad, pero nutrido de imágenes que nos invitan a una sesuda y, sin embargo, natural interpretación.
El título del poema, Favila, nos refiere a una chispa, a algo que brilla espontáneamente y que se desprende de una sustancia incandescente, pero no es cualquier chispa o cualquier partícula, es una que, luego de prodigarnos su fulgor, se convierte en ceniza. Así es la vida humana, luego de un efímero brillo, de un fugaz esplendor, desaparece con la muerte, nos convertimos en cenizas.
La tonalidad el poema no nos permitiría decir que éste alude al momento final de nuestra vida, pero si leemos:
En la arena
se ha bañado la sombra
una, dos
libélulas fantasmas...

es clara la alusión a lo que he referido en el párrafo precedente. Compara ese brillo con el velozmente perecedero de las libélulas, pero precisa que la arena ha cubierto esas libélulas. Por qué no es la tierra la que cubre, por qué la arena. Sin duda aquí está la influencia de un aspecto importante de su vida: Barranco, la playa y el mar.
Las almas de quienes están en el trance de la muerte cual
Aves de humo
van a la penumbra
del bosque.

y transitan durante un tiempo que puede ser ese Medio siglo en el que comienza nuestra ancianidad, en el que el cabello muestra un intenso argentino color, momento que Eguren enlaza al tiempo de vida -y en el límite blanco- en el que esperamos la muerte, la oscuridad, esperamos la noche.
Ya en el cementerio somos bañados con flores, que más propiamente, siendo la muerte, parafraseando a Manrique, el mar, no son flores, sino algas que nos entregan el perfume final, entonces escuchamos la vos de Eguren:
El pórtico
con perfume de algas,
el último mar.
Eguren remata su poema, en alusión lapidaria, consonante con el final de nuestra existencia, diciéndonos:
En la sombra
ríen los triángulos.

La maestría de su lira, a simple lectura, no nos permitió leer así el poema, pero la dulzura con que aborda la muerte, nos hace percibir una visión peculiar de este inexorable momento. Así, no temo a la muerte.

Óscar Limache: una interpretación de Los Reyes rojos

Uno de los poemas más leídos de José María Eguren es Los Reyes rojos, canto que comunicaría a simple lectura un homenaje a la lucha entre dos reyes, pero ¿existen reyes rojos?, ¿dos reyes podrán combatir con una sola lanza?, ¿existirán reyes halcones?. En fin, estas cuestiones han sido absueltas en la interpretación de este poema presentada por Óscar Limache, en el I Congreso de Lengua y Literatura realizado en Pucallpa, el año 2004.

Desde la aurora

combaten

dos reyes rojos, con lanza de oro.

Es precisamente en la primera estrofa donde se presenta la posibilidad de que el poema sea un canto a la lucha que viven dos reyes, pero la particularidad es que es tos dos reyes lucha con una lanza que no es dorada, sino de oro.
Por verde bosque

y en los purpurinos cerros

vibra su ceño.

Nos da la idea del traslado de la lucha a otros escenarios como el bosque y los cerros; ahora, la lucha se asume real, pues tienen, estos reyes, el ceño vibrante, solo que para dos reyes hay un solo ceño. Ahora bien, existen bosque verdes, pero ¿habrá cerros rojos o es que Eguren alude un momento específico del día?. Al parecer sí. Eguren alude el momento en el que el sol, en todo su esplendor, permite que los cerros y otras bondades naturales se las observe con un tono rojizo.
Falcones reyes

batallan en lejanías

de oro azulinas.

Ahora los reyes, además de rojos, son halcones, y el escenario de lucha son lejanías ¿de oro?, ¿lejanías azulinas?, ¿el oro torna azulinas las lejanías?. Da la impresión que no es literal lo que expresa Eguren, de hecho no lo es. El escenario que nos muestra el vate es el del cielo en un momento determinada, un cielo en el que hay sol y, siendo cielo, tiene un color azulino; en todo caso, resulta alegórico todo lo cantado hasta aquí, porque podríamos leer que la lanza de oro de la primera estrofa es un rayo de sol, el rayo que nos despierta, el que nos anuncia, en la aurora, el nuevo día.
Por la luz cadmio

airadas se ven pequeñas

sus formas negras.

Aquí, iremos confirmando lo que hemos interpretado hasta el momento. El color blanco, la claridad, son expresados por el concepto ‘cadmio’; sin embargo, cuando refiere que las figuras de los halcones reyes rojos se ven pequeñas y negras, inmediatamente nos hace evocar la figura del ave en la lejanía, pero con una característica especial: el halcón es famoso por su excelente visión; entonces, ¿no se parecerán estos halcones divisados a lo lejos a la forma que adquieren los ojos cuando el ceño vibra si miramos al sol o si esforzamos los ojos en la oscuridad?. Solo imaginemos la forma de los ojos. Estos ojos que ante el rayo de sol mañanero se tornan rojos, ojos que son dos reyes, luchando contra una lanza de oro, pero ambos del mismo bando, es decir, la lucha no es entre ellos.

Viene la noche

y firmes combaten foscos

los reyes rojos.

En efecto, también en la oscuridad siguen combatiendo los reyes rojos, al parecer son nuestros ojos. Pero la sencillez de Eguren nos puede llevar a rumbos diversos, entonces leamos el título para confirmar lo que progresivamente hemos encontrado en este hermoso poema: Los reyes rojos

Ahora eliminemos la primera letra de cada una de las dos últimas palabras del título:

Los (r)eyes (r)ojos = eyes / ojos

Así es. Un canto a la fuerza, al vigor de los ojos.

jueves, 1 de julio de 2010

Día del Maestro: Loor al misionero por excelencia

Cuando el entonces protector del Perú, generalísimo don José de San Martín creó la primera Escuela Normal de Varones, hoy Universidad Enrique Guzmán y Valle, un 6 de julio del año 1822, fecha en honor de la cual celebramos el día del maestro, sembró un hito en la historia peruana, pues permitió la formación de quienes dirigen realmente el destino de nuestro país. Dio forma a una carrera a la que todos desean ingresar.

La labor docente es una de las más gratificantes, sino la mayor, y en nuestra patria, una de las más sacrificadas. Sin embargo, sabemos de muchos profesionales de carreras diferentes de la magisterial que ven realizadas sus aspiraciones, no cuando trabajan de la mejor forma o en grandes empresas el derecho, la medicina, la ingeniería o la contabilidad, sino en el ejercicio de la docencia.

Y es que nada mejor para sentirse realizado en la vida que saber que aquello que aprendimos como profesionales, sea como alumnos o con las diversas experiencias, quede perennizado en una clase. Saber que los conocimientos y prácticas no quedarán en el profesional, sino que serán aprehendidos por un grupo de estudiantes que se desempeñará apropiadamente gracias al valioso aporte del maestro. Transitar por una calle cualquiera y recibir el afectuoso saludo, un saludo cargado de agradecimiento, de quienes son los depositarios de conocimientos y actitudes que el maestro les ha inculcado.

Parafraseando a Horacio Zeballos Gámez, reconocido dirigente magisterial, diría que en efecto, en Perú, ser maestro es una forma difícil de vivir, pues ejercer la docencia en una sociedad que aún no reconoce que el maestro, más que trabajar por horas, trabaja por una misión elevada por la que, generalmente, se le reconoce insuficientemente, tanto en lo moral como en lo económico; labora en una realidad en la que todavía no se tiene en claro que trabajar en la formación de seres humanos que deben ser críticos, propositivos, creativos e inteligentes, requiere del compromiso también de la familia y la comunidad; trabaja como docente sabiendo que, de alguna forma, deja de tener vida privada, porque el maestro se constituye en modelo de vida para sus estudiantes, un referente mayor, incluso, que los padres, hermanos o cualquier otro personaje, es muy difícil. Pero, complementando lo dicho por Zeballos Gámez, es una manera digna, hermosa de morir, porque la imagen del maestro y su saber quedan imperecederos en las mentes y en las almas de quienes fueron sus estudiantes, en las generaciones y generaciones que pasaron por las aulas y que se alimentaron de sus enseñanzas.

Qué implica, entonces, ser maestro: trabajar más allá de sus horas de clase, en la preparación del tema o de las evaluaciones, las que luego de aplicadas hay que calificar; prepararse continuamente en aquello que se relacione con su especialidad y con su desempeño laboral; puesto que el reconocimiento económico suele ser insuficiente, desempeñarse en otras labores, así, la suma de ingresos, le puede permitir una vida digna; tener la conciencia que en sus manos está la formación de personas con las que no puede fallar, porque errores y aciertos se multiplicarán infinitamente; constituirse en el ejemplo de sus alumnos o hijos putativos, pues asume la función de padre o madre, según la percepción del estudiante y de la sociedad en su conjunto; en las zonas alejadas y olvidadas del país, ser médico, juez, antropólogo, policía, etc., pues la población, la comunidad, las circunstancias así lo exigen. Esto y más es ser maestro.

No podemos menos que expresar nuestro amor y reconocimiento grato a quienes marcaron y marcan la pauta de nuestra historia personal y nacional. Felicitar y agradecer a quienes pusieron lo mejor de sí en nuestra vida y hoy nos permiten existir y ser. Sea profesional docente o de otra carrera, mientras enseñe es maestro, y cuando un maestro vive, en realidad vive, pero cuando un maestro muere, nunca muere.

En el Perú y el mundo, por el progreso, la paz, el humanismo y la espiritualidad que forman y representan,

¡Loor al Maestro en su día!

jueves, 27 de mayo de 2010

Ángel Gómez Landeo: Una visión innovadora de la literatura amazónica peruana

Ángel Gómez Landeo, quien ha escrito en coautoría Literatura Peruana Amazónica -libro de historiografía literaria-, está próximo a presentar su nuevo trabajo Reflexiones sobre literatura peruana y amazónica, aporte que, sin duda, será importante y significativo para todos quienes estamos interesados en el quehacer literario.
Los artículos que están contenidos en el libro han sido presentados en diversos congresos y foros nacionales e internacionales con gran aceptación, pues la calidad con la que explica el proceso de la literatura amazónica y la particular interpretación de éste, no espera menos.
Trasciende del texto la valoración de la tradición y el nexo de ésta con la creación literaria actual; cita, desde Arnaldo Panaifo, Germán Lequerica o César Calvo hasta Abraham Huamán Almirón, Carlos López Marrufo (este humilde servidor) o Walter Pérez Meza.
Marticorena Quintanilla, en De shamiros decidores. El proceso de la literatura amazónica peruana, comenta brevemente, en concordancia con Gómez Landeo, a los escritores aludidos en el párrafo anterior, considerando al autor de Reflexiones sobre literatura peruana y amazónica y al autor de este artículo como representantes de la crítica literaria en esta parte del Perú, en mi caso Ángel Gómez trata mi cuentística.
Este libro es de obligatoria lectura. Lo recomiendo.

martes, 4 de mayo de 2010

Clásico es amarte

La creación literaria de hoy se jacta de su posmodernidad temporaria. Se jacta de las innovaciones estructurales, de sus juegos de ideas, de sus moldes "revolucionarios" y de sus temas comerciales (sino qué es best seller); sin embargo, no es conciente que mucho de lo que es se lo debe a la tradición, a lo clásico.
Mucho de La Biblia, La Odisea o La Ilíada están en la literatura de hoy -si se trata de publicar escandalos, recordar el amorío entre Aquiles y Patroclo-, de alguna forma muchas de las características del teatro de Sófocles están en algunas de las obras de hoy.
Valgan verdades, jamás la creación literaria se ha despegado de los clásicos.

Perú: ¿Leer o comer?

Qué duda cabe que nuestro país, Perú, es una nación de comelones.
No quiero decir que sea negativo valorar nuestra gastronomía, sino que, ante la realidad nacional, una realidad en la que observamos crisis de valores al más alto nivel, debacle en la sociedad política, aparente responsabilidad educativa de la difícil situación nacional y otros problemas bastante complejos, las pantallas de televisión, la radio y la prensa escrita se preocupan, sobre todo, por promocionar la muy buena comida peruana.
No es la gastronomía lo único que el Perú necesita o posee para verse bien. Perú requiere de lectores. Requiere de personas que piensen, que sientan, que cultiven su espíritu, y todo esto lo proporciona la lectura.
Leer brinda el mismo placer que comer, sólo que la lectura deja en el individuo una carga de mensajes, valores y beneficios cognitivos y sociales que nunca desaparecerán en la persona, mientras que la comida, una hora después de ingerida, te llevará al baño y dejarás todo en el inodoro.
Dcho esto, qué prefieres...leer o comer. Piensa en lo que necesita el Perú.

viernes, 9 de abril de 2010

Internet y sociedad

Hoy internet se ha convertido en el medio y herramienta más empleado en diversos aspectos de la vida. Poco es lo que se puede hacer sin este recurso; sin embargo, existe aún temor de su uso.
Muchos padres prefieren evitar que sus hijos en edad escolar empleen el internet, pues existe el miedo a que accedan a páginas prohibidas. Muchos adultos tienen temor del ridículo y no hacen más que escudarse en ¡ésas son tonterías!. Lo cierto es que lo referido a los escolares pasa por una sólida formación de casa y por una autoestima apropiada. Lo del adulto renuente pasa por el atrevimiento a sumergirse en un mundo diferente y aprender.
Son muchas las oportunidades que se pueden aprovechar con el internet. Los invito a vivir responsablemente este mundo.

miércoles, 24 de marzo de 2010

A propósito de mi nuevo libro...sólo una puntita

Robots
Emigró el dos mil diez a Japón. Había dejado su natal San Francisco para arribar a Lima y luego de unos trámites, que incluían cambio de apellidos, se fue a Japón, específicamente a Kyoto, para trabajar en lo que fuera, pues el trabajo le había sido esquivo en su tierra.
Ciertamente, jamás quiso permanecer en la situación de sus paisanos. Siempre aspiró un status como el que ostentaba Mr. Swift, el antropólogo que se había hecho amigo de su familia y a quien, desde que tenía uso de razón, miraba llegar a su casa cada cinco o seis meses y se quedaba durante cinco o seis días, días en que comían de lo mejor, pese a que, coincidentemente, su padre se ausentaba.
Renegaba de sus hermanos del pueblo. No concebía el cómo se ganaban la vida ni la manera en que vivían y establecían relaciones sociales. Él no estaba para eso. Se conocía. Había crecido un poco más que el común de sus paisas y era de tez un poco más clara que sus hermanos de comunidad. Él se conocía.
Supo aprovechar sus ojos rasgados. Las personas ante quienes realizó los trámites para salir del país, aunque con algún hálito de duda, creyeron en su ascendencia nipona, así que permitieron su salida.
Él creía que lo que más le favoreció en sus gestiones de emigración, además de su físico, fue su nuevo apellido paterno. De Suif Curmayari Satalay en Ucayali, pasó a llamarse Swif Kumakahi Satalay; incluso el nombre se lo habían arreglado para darle una forma más extranjera.
Llevaba seis años en Japón. Laboraba en una empresa ensambladora de autos. Ganaba muy bien, incluso para solventar el ritmo de vida y consumo de esa nación asiática. Se sentía orgulloso de estar participando en el ensamblaje de un auto ultramoderno solicitado por el esposo de la reina de Inglaterra.
El auto, además de comodidades como frío bar, aire acondicionado, diseño aerodinámico, cierre de puertas y ventanas superseguro y automático, equipo de música digital, televisión, internet y otros detalles, estaba protegido contra robos y atentados con todo tipo de armas y municiones y podía desarrollar velocidades que casi equiparaban a las de un avión.
Las características del auto requerían de muchísima precisión en el ensamblado, por lo que, el ahora, Swif se sentía muy bien trabajando junto a un compañero mexicano y un robot, en esa máquina.
Kim, el robot, era de gran ayuda; en realidad todo el lugar estaba pleno de robots. Esta situación era narrada con gusto por Swif en los mails que enviaba a sus amigos ucayalinos.
Era sábado. Swif se disponía a tomarse el consabido fin de semana, así que, puesto que eran de venta ordinaria en Kyoto, adquirió un multifuncional robot para que ayude en las labores caseras, aunque él quería que el androide realice todos los quehaceres. Sorprendió a todos en su hogar. Lo llevó a casa y se lo presentó a su mujer y a sus dos hijos. Lo bautizó con el nombre de Shushupe. Estaba orgulloso de su compra.
Luego de gozar su nuevo “juguete” todo el sábado por la tarde y todo el domingo, el lunes tomó su bicicleta y fue a laborar.
En la puerta de la ensambladora los vigilantes le dijeron que el administrador quería conversar con él. Subió al segundo piso y, mientras esperaba su turno de atención, contemplaba todo el movimiento de la planta ensambladora. -¡Kumahaki!- escuchó, justo cuando observaba algo que lo dejó perturbado. En la lacónica lengua de esa tradicional nación oriental el administrador le dijo:
-Kumahaki, habrá usted observado que ya no trabaja un solo operario en la planta. Baje a recoger su liquidación y gracias por sus servicios.
Callado, sorprendido, Swif obedeció al administrador, se dirigió a casa. Allí, furioso, tomó el control, llamó a Shushupe y, mientras el robot se acercaba a su propietario, recordó que en una pared de su salita pendía un largo instrumento propio de un deporte sobre el que nada conocía: un bate de beisbol; lo tomó, esperó y… ¡crash!... eliminó su hogareña adquisición.
Se sintió vengado.

Carlos Eduardo Zavaleta Rivera y El Montañista: La vida de los nevados

De la pléyade de escritores a los que, a través de su poética o de su prosa, suelo acercarme, Carlos Eduardo Zavaleta Rivera se sitúa en un lugar preferente. Este escritor ancashino (Caraz,1928), además de ser figura relevante de la Generación del 50, también es miembro activo de la Academia Peruana de la Lengua y docente de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Que sea representante de la Generación del 50, no quiere decir que ya no escriba, por el contrario, sigue brindándonos lo mejor de su pluma con la agilidad, espontaneidad, impecable estilo y corrección de siempre; en este sentido, me precio de haber sido su alumno durante mis estudios de postgrado.

Navegaba en el internet, cuando leí un relato brevísimo titulado El Montañista, fechado el año 2003 y de autoría de nuestro preclaro creador. La facilidad de lectura y la profundidad de la temática me llevaron a explorar y hallar, en corta extensión, gran sustancia.

El valorar la naturaleza, más que una necesidad en el poblador del ande, es un don con el que éste nace. La admiración y orgullo por el medio que lo rodea –el verdor de los sembríos, el pardo gris de los cerros más bajos y la blancura de los nevados- es inmanente al poblador serrano, es por ello que contacta y se comunica profundamente con lo natural, sintiendo aquello que el común de la gente deja pasar.

“La montaña te ha visto por fin, lo sientes no sólo en el gorro de nieve, sino en el pecho de la mole,…”. Hermosa expresión con la que se inicia el cuento que nos entrega el tema que motiva y es objetivo del presente artículo: explicar cómo Zavaleta representa fielmente la visión andina de la naturaleza, específicamente, de los nevados.

Recurriré a una parte de las líneas citadas en el párrafo anterior: “La montaña te ha visto por fin,…”. Empieza el personaje central de este relato, escrito de modo que se entabla comunicación entre el autor y su personaje, por alertarnos dando fe del sentido de la vista que posee el nevado, nevado al que ha retado debido a una valentonada nimia que ha sido receptada por este fenómeno orográfico, pues el protagonista, a decir del escritor, fue a la montaña “… por lenguaraz, dijiste que venías del Callejón de Huaylas, donde, de estudiante, habías escalado hasta el pecho del Huandoy, y ahora te venció la lengua y dijiste que ese gorrito de nieve era un buen ensayo de montaña grande, y los demás se rieron,…”.

La montaña tiene vida, es indiscutible. Ella tiene en sus enormísimos brazos al montañista y, permítome hablarle a éste, “… y sientes que ella late, te mira, y vive frente a ti”; has sentido y has auscultado el corazón del nevado.

Pero, precisamente, aquí, es decir, luego de la afirmación previa, es que nos damos cuenta de que el nevado, además del sentido de la vista, posee el del oído, porque, señor protagonista “… ahora sabes que el nevado oyó”.
El nevado es un gran hombre, más que hombre, una divinidad que infringe temor a quien osa desafiarlo. Lo enceguece para hacerlo llorar elevando enésimamente su blancura y su luz; sin embargo, otorga el beneficio de sus grietas ensombrecidas para superar el miedo a su brillo y a su enormidad, pero que el protagonista no emplea.

Nadie lo sabe, en todo caso, sólo yo lo sé y lo percibo y lo siento a través de la pluma de Zavaleta, porque a medida que he avanzado en la lectura del relato, me he sumergido en él, pues como el insignificante y timorato retador del nevado, he sentido que la montaña se ha movido y también ruedo y caigo “como un guiñapo que no termina de rodar….”. Con El Montañista, el maestro Carlos Eduardo Zavaleta, aún cuando soy limeño, mi madre liberteña y escribo este breve artículo en la selva, ha despertado mi raíz paterna, serrana, yauyina, acashina.

Cumplí mi objetivo… ¡La montaña… el nevado, que lo diga un ancashino, tiene vida!

Yarinacocha, Ucayali, 20 de marzo del 2008.



EL MONTAÑISTA
Autor: Carlos Eduardo Zavaleta Rivera

La montaña te ha visto por fin, lo sientes no sólo en el gorro de nieve, sino en el pecho de la mole, en las grietas donde, de modo increíble, el sol de mediodía no penetra, dibujando, al revés, líneas diagonales de sombra.

Quién lo dijera, el sol no puede iluminar esos pliegues, esas grietas que serían minúsculas si tú pudieras volar como un pájaro y mezclar en tus ojos el espejo resplandeciente del nevado con esas rayas sombrías. Si fueses pájaro digo.

Sólo ahora entiendo mi error. No he traído lentes oscuros sino los habituales, apenas teñidos en un arco leve que deja el resto muy claro, despejado, indemne, como quien se entrega a quemarse en la mañana, y no únicamente a los rayos del sol.

El error se agranda y comprendes aún más: de cerca, la montaña es demasiado enorme para ti, para tus medidas de hombre, y sientes que ella late, te mira, y vive frente a ti. Quizá vaya a quemarte empezando por tus ojos, que ya no pueden más, que se cierran apenas saltas del andarivel y quedas a merced de la excesiva luz que jamás creíste hallar (cuando estabas abajo). Has venido por el aire como un niño en su cochecito de juguete y ¡zas! Quedaste ciego por un rato.

Los demás visitantes sí ven y aprovechan la cumbre del nevado para ponerse de espaldas y mirar el cerco inmenso de montaña sin nieve. Sí, descubres el nevado, está mirando también a las montañas grises, desnudas, hallan diálogo entre ellos, y tú eres el intruso, el equivocado, el hombre sin lentes debidos y que aún se cubre los ojos con las manos, a fin de mirar cautelosamente entre los dedos y decidir qué hacer, qué gritar, mientras que los demás ya chillan como niños felices que han cumplido el viaje.

Doy unos cuantos pasos para alejarme del resplandor y siento que el nevado me ve de espaldas, sabe que voy a huir, pero se burla de mis piernas tambaleantes, de la miopía (ya no estoy ciego, sólo miope) que me impide correr como los otros viajeros felices, quienes alzan los brazos de júbilo hacia los muñequitos de abajo, del fondo, que nos hacen señales de júbilo.

Me animo a reunirme con ellos. La montaña late y quizá va a moverse. Entonces me hago el modesto y me escurro hacia una línea de sombra y veo subir esta vez los andariveles vacíos. Sé que los demás montañistas seguirán contemplando el filo del abismo, la grieta donde debería concluir la nieve. El andarivel debe salvarme.
Doy unos pasitos de miope cuyos ojos han empezado a lagrimear; no soporto la luz sobre la nieve, siempre he visto los nevados desde abajo, era suficiente, ¿y ahora qué hago?.

¿Por qué viniste? No lo sé, por curiosidad, por lenguaraz, dijiste que venías del callejón de Huaylas, donde, de estudiante, habías escalado hasta el pecho del Huandoy, y ahora te venció la lengua y dijiste que ese gorrito de nieve era un buen ensayo de montaña grande, y los demás se rieron, pero ahora sabes que el nevado oyó.

Por un rato, de espaldas a la cumbre, lagrimeando, ves el círculo de montañas grises y civilizadas, donde debiste permanecer, el círculo de calma y sonrisa, una especie de corona al aire que por fin te envuelve. Quizá te meces, abres los brazos y crees que todo el mundo va a volar, menos la línea de hombrecitos de abajo, con sacones y gorros. Ahí viene la cadena de andariveles vacíos, blanco, de brillo y quemazón en los ojos cuyas lágrimas es imposible disimular.
¡Montaña del carajo!, digo fuerte, salto a sentarme en el primer andarivel, veo que la línea de montañistas me mira, me hace señas, pero el nevado se ha movido adrede y yo resbalo y hasta me veo rodar y caer como un guiñapo que no termina de rodar. Ahí voy yo. Ahí va él.