viernes, 20 de mayo de 2011

Sesenta y nueve formas de amar - II

Son las seis de la tarde y mi hermano me está esperando. Salgo alegre del colegio porque en la primera clase he caído bien a los veinticinco alumnos. Trepo a la moto y enrumbamos a la casa de mi cuñada. Llegamos y ella no está, pero mi hermano me dice que me quede, que él tiene que regresar a la comisaría a trabajar porque tiene un caso bien “tranca”; retorna. Me quedo en la casa grande que supongo que han alquilado. En el trayecto él me ha dicho que ella es asesora legal del gobierno regional de turno. Pienso en que deben ganar muy bien entre ambos, pues la casa se ve muy bien, el único problema son los zancudos, abundan, están por doquier.

Son las nueve de la noche y pongo a funcionar el equipo de sonido que está empolvado. Pienso en lo triste que debe estar este aparato y sonrío. Busco una emisora de mi preferencia, pero me doy cuenta que estoy en Pucallpa, mejor dicho el equipo lo hace. Voy al cuarto que me ha designado mi hermano, cojo mi maletín y saco un disco. Lo pongo en el equipo y la melodía me hace recordar Ventanilla y el Callao.

Escucho esta tarde vengo triste y tengo que decirte que tu mejor amiga estuvo entre mis brazos y me pongo nostálgico. Recuerdo mis bailetones en el Yahuar Huaca y a las morenas chalacas con las que, frenético, me sumergía en las ondas salseras que provocaban el gran combo, adentrándome en un océano musical que continuaba envolviéndome en un remolino que ahora sonaba susurrándome que paren el reloj, que suban esa música, que bajen esa luz que quiero bailar contigo. El “Canario” me llevó al Callao.

Un leve cosquilleo me rescata de ese movido mar. Una lágrima se desliza por mi mejilla y prefiero simplemente gozar. Suena el timbre de la casa y abro la puerta: es mi cuñada. Conversamos dos horas y viendo que mi hermano no llegaba, le pregunto por él. Ella me responde: “No vivo con Jesús; nos hemos separado hace nueve años, pero tengo novio. Con Jesús nos llevamos bien”. Me siento incómodo. Hago lo posible por terminar la conversa y lo consigo.

Me baño y me voy al cuarto. Pienso en si estoy haciendo bien quedándome en Pucallpa. Pienso en si volveré a ver a mis padres. Río al recordar a mi hermano menor, quien despreocupado me auguró mujer en la selva. Río más recordando a mi padre quien me sugiere que pruebe y pruebe, que no me cacen a la primera.

No sé qué hora es. Escucho una conversación ininteligible y alguien entra en el cuarto. Es mi cuñada, quien prende la luz y me dice: “Carlitos, aquí está tu sobrino Alan… ¿Lo recuerdas?”. Lo miro, me alegro y lo saludo. Él me corresponde y se disculpa para ir al baño. Mi cuñada se va y, al rato, mi sobrino retorna bañado, tumba un colchón que estaba apoyado en la pared y se sienta sobre él. Inicia una conversación.

Me habla de su flaca y de sus flacas. Me dice que está estudiando Derecho, pero que no le gusta, que quiere ser periodista, pero como su mamá es abogada y su papá, además de ser policía, está estudiando abogacía, a él también le han impuesto esa carrera; me pregunta si alguna vez he probado marihuana, si me he inyectado; me cuenta que tiene patas que ahora se inyectan en los tobillos, y...

Percibo algo raro. Me ha hecho muchas preguntas y no he podido responder ninguna. Me doy cuenta del giro que ha tomado nuestra conversación. Lo oigo, mientras lo observo disimuladamente. Sus enrojecidos ojos me llevan a confirmar lo que pienso. Repentinamente me muestra su cariño, su afecto: para su tarea de mañana, me pide diez soles; le doy cinco. Apaga la luz y se acuesta. Sonriendo por su forma de amar, también me acuesto.

No hay comentarios: